Foto por: Luisa Madera

En la Institución Alfonso Spath Spath, cada taller fue un puente entre saberes, emociones y talentos. Lo que comenzó como una jornada académica se convirtió en una experiencia profundamente humana.

Por: Andrea Carolina Cadavid Berrocal.
El viernes 3 de octubre amaneció con una promesa de entusiasmo. Desde la noche anterior, ya sentía esa mezcla de nervios y alegría que acompaña los días importantes. Me levanté temprano, con la certeza de que lo que viviríamos ese día sería especial. Nos esperaba una nueva jornada de talleres educativos en la Institución Educativa Alfonso Spath Spath, ubicada en el corregimiento de Martínez, municipio de Cereté, Córdoba.

Desde Montería, el viaje hasta Cereté toma aproximadamente 30 minutos. Son unos 20 kilómetros que se recorren entre paisajes cálidos, calles que aún conservan la calma de la mañana y una sensación de tránsito entre lo urbano y lo rural. A las 7:00 a.m. ya estaba lista. Fui la primera en llegar al punto de encuentro: la esquina de la calle 41 con carrera cuarta, donde aguardábamos el autobús que nos llevaría hasta Martínez. El aire era fresco, y la luz del sol comenzaba a pintar. Fueron llegando mis compañeros, y justo a tiempo apareció el profesor, quien con su puntualidad habitual nos recordó la importancia de la responsabilidad en este tipo de actividades.

Subimos al bus con cámaras, materiales y muchas ganas de aprender y enseñar. El trayecto desde Cereté hasta Martínez fue breve, pero cargado de significado. A medida que avanzábamos por caminos rodeados de árboles, fincas, el paisaje nos hablaba de una Córdoba profunda, donde la educación se vive con esfuerzo, creatividad y esperanza. Cada curva del camino parecía acercarnos no solo a un lugar físico, sino a una experiencia que nos transformaría.

Al llegar a la institución, nos recibió un grupo de estudiantes que ya estaban preparados para la jornada. Sus rostros reflejaban curiosidad y emoción, sabían que ese día aprenderían a mirar el mundo a través de un lente, a capturar instantes y a contar historias con imágenes. Era el último de los talleres programados en el marco de nuestro proyecto formativo, y el protagonista sería la fotografía.

El taller comenzó con una dinámica lúdica para romper el hielo. Propusimos juegos que relacionaban la observación con la expresión corporal, y poco a poco los chicos fueron soltando sus risas, sus palabras y sus gestos. Luego, pasamos a la parte técnica: les enseñamos cómo sostener una cámara, cómo encuadrar una imagen, qué significan conceptos como luz, plano y enfoque. Lo más hermoso fue ver cómo, a pesar de no tener experiencia previa, muchos de ellos demostraron una sensibilidad especial para la fotografía. Sus primeras tomas eran espontáneas, sinceras, llenas de vida.

Durante el descanso, tuve la oportunidad de conversar con varias niñas del curso. Se acercaron con timidez, pero pronto la charla se volvió amena y divertida. Hablamos de sus gustos, de sus sueños, de lo que les gusta de su colegio. Nos reímos juntas, compartimos anécdotas y descubrimos que, aunque venimos de contextos distintos, hay una conexión profunda que se da cuando se escucha con atención y se habla con el corazón. Esa cercanía fue uno de los momentos más valiosos de la jornada.

Además del taller, tuvimos la oportunidad de recorrer la institución y conocer algunas de las actividades culturales que allí se desarrollan. Nos hablaron de sus grupos de danza folclórica, de sus presentaciones teatrales, de los espacios que han creado para fomentar la lectura y la expresión artística. Fue evidente que, más allá de las clases convencionales, en Alfonso Spath Spath se cultiva una educación integral, donde el arte y la cultura son pilares fundamentales
para el desarrollo de los estudiantes.

Uno de los encuentros más conmovedores fue el que tuvimos con Faber Moreno, un joven estudiante con autismo que ha demostrado una sorprendente habilidad en informática y robótica. Faber nos recibió con una sonrisa tímida pero segura, y nos mostró algunos de sus proyectos. Su destreza para programar, su capacidad para resolver problemas técnicos y su pasión por la tecnología nos dejaron sin palabras. En él vimos no solo un talento excepcional, sino también el resultado de una comunidad educativa que apuesta por la inclusión, que reconoce las diferencias como  oportunidades y que acompaña con respeto y afecto.

La historia de Faber es un testimonio de lo que significa educar con sensibilidad. En un país donde muchas veces las personas con discapacidad enfrentan barreras estructurales y sociales,  encontrar un espacio donde se les valore y se les impulse es motivo de esperanza. Faber no solo aprende, sino que enseña: nos recuerda que la diversidad es una riqueza, que el potencial humano no tiene límites y que la educación debe ser siempre un acto de amor.

Al finalizar la jornada, nos reunimos con los docentes para compartir impresiones. Ellos nos hablaron de los retos que enfrentan, de las estrategias que han implementado para mantener
el interés de los estudiantes, de los logros que han alcanzado a pesar de las limitaciones. Fue una conversación honesta, profunda, que nos permitió entender mejor el contexto en el que
trabajan y el compromiso que los mueve.

Regresé a Cereté, donde iba a pasar el resto de día con el corazón lleno. La experiencia en la I.E. Alfonso Spath Spath fue mucho más que un taller: fue un encuentro con la realidad educativa de nuestro territorio, con las voces de niños y jóvenes que sueñan, aprenden y construyen futuro. Fue también una oportunidad para reflexionar sobre nuestro rol como estudiantes, como comunicadores, como ciudadanos.

En lo personal, esta experiencia me dejó una huella profunda. Me recordó por qué elegí este camino, por qué creo en la educación como herramienta de transformación social. Me enseñó
que el conocimiento se multiplica cuando se comparte, que la empatía es tan importante como la técnica, y que cada niño y joven, cada historia, cada mirada merece ser contada con respeto
y belleza.

La luz que capturamos con las cámaras no fue solo la del sol sobre los patios de la escuela. Fue también la luz de la esperanza, del talento, de la inclusión. Una luz que sigue brillando
en Martínez, y que ahora llevamos con nosotros para seguir iluminando otros caminos.

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