Foto por: Luisa Madera

Un viaje formativo entre Martínez y Montería reveló cómo la comunicación social puede transformar miradas, abrir caminos y sembrar nuevas voces en los estudiantes de la Institución Alfonso Spath Spath

El proyecto del semillero Reporteros Unisinú tomó forma el viernes 22 de agosto, cuando recibimos la noticia de que trabajaríamos con los estudiantes de la Institución Educativa Alfonso Spath Spath, en el corregimiento de Martínez, en Cereté. Desde ese momento iniciamos la preparación del cronograma, imaginando cómo sería encontrarnos con un grupo que apenas comenzaría a explorar el universo de la comunicación desde sus primeras nociones, y entendiendo que la experiencia sería tan retadora como enriquecedora.

La primera visita a la institución nos permitió reconocer el escenario real al que nos enfrentaríamos: cerca de veinte niños, entre primaria y secundaria, que nos recibieron con una confianza inesperada y un deseo evidente de aprender. Esa actitud disipó cualquier tensión inicial y nos abrió la puerta para iniciar talleres que se alejaban de una estructura rígida. Era más importante despertar curiosidad que memorizar definiciones.

En la sesión dedicada a la escritura, trabajamos desde lo más esencial: cómo se empieza una idea, cómo se conecta un pensamiento con otro, cómo encontrar una voz propia al narrar algo cotidiano. En la jornada de radio, improvisamos una cabina donde, entre juegos y ejercicios de locución, ellos descubrieron el sonido de su propia proyección. Las clases de fotografía y producción audiovisual fueron quizá las que más llamaron su atención; las cámaras los sedujeron de inmediato y surgieron preguntas, intentos de encuadre, ejercicios de luz y pequeñas grabaciones que revelaban su interés por experimentar.

Con cada encuentro el vínculo crecía. Lo enriquecedor no estuvo solo en los contenidos que compartíamos, sino en la posibilidad de escucharlos. Sus preguntas, ocurrencias y dudas nos mostraban cómo la comunicación podía convertirse en una herramienta para que descubrieran habilidades que no sabían que tenían. Y, al mismo tiempo, nos recordaban que enseñar también es aprender desde otras miradas.

El día de la clausura se convirtió en un capítulo memorable del proceso. Me correspondió recibir a los niños y, junto con el docente líder del proyecto, Ramiro Elías Guzmán, regresamos a Martínez para traerlos en el bus de la Universidad del Sinú hacia Montería. Para muchos de ellos era la primera vez que pisaban la universidad, un detalle que llenó la jornada de emoción y asombro.

Al llegar, iniciamos con la entrega de sus diplomas y reconocimientos, un momento que ellos vivieron con orgullo. Luego visitamos el Centro de la Felicidad FLOW, donde se relajaron, jugaron y disfrutaron de un espacio pensado para liberar tensiones. Más tarde, entraron a la Sala de Medios, un lugar que para nosotros es cotidiano pero para ellos resultaba fascinante. Allí pudieron  observar equipos reales, sostener cámaras profesionales y recibir consejos básicos de grabación y fotografía.

Esa visita final no solo significó cerrar oficialmente el proyecto. Les permitió a los estudiantes imaginarse en otros escenarios, considerar posibilidades que quizá nunca habían contemplado y y entender que el mundo académico puede ser también un lugar para ellos. Para nosotros, fue una oportunidad para reposar las ideas y reconocer, en lo personal, que la comunicación es también un acto de servicio. Enseñar, en este contexto, se transformó en una forma de acompañar, de abrir puertas, de tender puentes.

En lo profesional, esta experiencia reafirmó el sentido profundo de la comunicación social: su capacidad de vincularnos con las comunidades, de producir impacto real y de demostrar que nuestro oficio va más allá de las aulas. Aunque el proyecto con la Institución Alfonso Spath Spath concluyó ese día, quedó la certeza de que sembrar la palabra en otros siempre deja frutos; algunos visibles, otros silenciosos, pero todos cargados de futuro.

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