Por Marcos Velásquez.
Sí, Colombia dio un paso en su evolución política. Demostró que, a través de las elecciones, se pueden tomar decisiones, aunque no necesariamente tengamos que estar de acuerdo.
Eso es un principio de la democracia, algo a lo que muchos no están acostumbrados, dado que se habituaron a pensar en que sólo se tiene que obrar como dice el amo (el patrón).
Desde el Frente Nacional no se había planteado una posibilidad de tomar la política como una opción de paz. Lo expongo en el sentido que, de no haber sido por dicho pacto político, los Conservadores hubieran exterminado a los liberales. Para los más jóvenes, les recomiendo la lectura de la novela Viento Seco de Daniel Caicedo, donde él se encarga de narrar lo que ocurrió en octubre de 1949.
Con ese pacto se puso límite a la violencia política, hasta que llegó la semilla del mal para nuestro país, con el estilo de pensar de Pablo Escobar Gaviria, quien catapultó en su frase “plata o plomo”, la forma más diabólica de obtener lo que se quiere.
Lamentablemente, a raíz de ese estilo de pensar, la política involucionó en nuestro país, adhiriéndose a esa forma de obrar y permitiendo el exterminio de todo quien políticamente no pensara como el amo del momento lo planteara.
Entramos sin notarlo en un comportamiento feudal en pleno siglo XXI, donde el Señor Feudal decía qué se hacía y qué no se hacía y bueno, permitió todas las masacres y desapariciones que aún muchos cándidos colombianos piensan que no existieron o que no pasaron, sólo por estar atentos a sus seguridades.
Mientras algunos colombianos estaban bien, otros han padecido las inclemencias de un conflicto que tiene un gobierno paralelo. Un conflicto donde la voz de quien piensa diferente y bajo la frase “algo tendría”, fueron matando uno a uno a los lideres sociales que, en última instancia, solo les duele a sus familiares y amigos.
El Pacto Histórico no es solo la cifra de 11.281.013 colombianos que votaron por Gustavo Petro y Francia Márquez Mina. Es la respuesta histórica al cansancio, la agonía y la desolación de la imposibilidad de que se reconociera la violencia de los últimos años en Colombia:
El exterminio de un grupo político, la matanza de la población civil (seres humanos pacíficos sin armas) en sus casas, la desaparición de jóvenes a través del mecanismo de “falso positivo”, el asesinato sistemático de lideres civiles y el exilio auto impuesto para preservar la vida, dado que en Colombia sólo le creen al muerto que lo mataron, mientras que al amenazado de muerte se le pone en tela de juicio, o se le justifica su fatídico presente con la lapidaria e insolidaria frase: “Quién lo manda!”, o la posición egoísta de :“Él se lo buscó”.
10.580.412 colombianos no comprenden esto, porque no lo han vivido, o porque su cómodo ego, solo les permite pensar que, como ellos están bien y no han hecho nada malo, no tienen por qué resolverle los problemas a quienes los tienen.
El Pacto Histórico es una respuesta a ese silencio que asfixió el futuro del país, el cual iba en la vía de solo los que tienen son los que pueden, sin notar que cada vez más los pocos que tienen no cuentan con discurso, pero sí con herramientas de poder para consolidar su fortuna.
Con esto celebro la capacidad discursiva de Gustavo Petro, quien públicamente asumió y no negó su pasado, al igual que su capacidad de asumir el riesgo de hacer política a través de la palabra, abandonando las armas, instrumento predilecto de quien no tiene capacidad de hilar una idea y desea ser respetado en sus caprichos y admirado por sus gustos, a la fuerza.
Espero que El Pacto Histórico traiga los vientos de la paz anhelada después de más de setenta años de soledad. Al igual que espero que este Pacto Histórico le devuelva a la escena política el político de sangre de discurso, de esencia de pueblo y de carisma de líder, dado que también nos acostumbramos a que todo era compra de votos, porque era más fácil para quien no sabe hilar palabras, no ha leído y no tiene pensamiento propio, comprar un voto, que afrontar la sed del pueblo que clama por palabras de aliento que guíen sus afugias, con soluciones posibles y cercanas.
De igual modo, espero que este Pacto Histórico reviva a maestros del periodismo como Antonio Caballero, quien, desde su elegante prosa y su izquierda intelectual, nunca utilizó el periodismo como instrumento de extorsión, persecución o imposición, dado que ya son pocos los periodistas en Colombia que cuentan con una ética de la palabra, al servicio de la crítica y la protección de la sociedad.
Así como el Pacto Histórico se lo debemos históricamente a Gustavo Petro Urrego, hay que resaltar el trabajo de Nicolás Fernando Petro Burgos, quien asumió con convicción una posición política abierta, donde entregó su esencia a su pueblo, el Caribe Colombiano, el cual ha estado a la deriva de “falsos profetas” y especuladores del voto.
Nicolás Petro, con su trabajo fraterno y humilde, le recordó al manoseado votante del Caribe colombiano, lo que es un político de pueblo, el que ya estaba quedando en el olvido, gracias a la compra de votos y la incapacidad humana del ego insolidario de los políticos que toman la necesidad humana como “empresa electoral”.
Sentado en el corredor de la casa o en la mesa sin mantel de sus conciudadanos, Nicolás no solo habló de las propuestas de su padre. Sin notarlo, le devolvió la credibilidad a la gente de a pie en el hombre político que, a pesar de trabajar por los intereses de una sociedad, también se toma el tiempo para sentir cómo se vive en una necesidad apremiante, en gobiernos que piensan en el ego y no en la gente.
Y cómo no celebrar en este Pacto Histórico, el triunfo de la nueva “Negra Grande de Colombia”: Francia Márquez Mina. Sus raíces, su dolor y su amor por la patria, fueron reconocidos por los colombianos que nos regocijamos viendo por primera vez en la Casa de Nariño, el color purpura que engalana toda fiesta, más, cuando ella está investida por su espiritualidad, discernimiento reflexivo y el anhelo de ayudar a la mujer colombiana y a la infancia desprotegida.
Así las cosas, hoy, mientras los que temen por sus egoístas seguridades y su sesgado clasismo social reniegan, los colombianos que hemos vivido la Colombia de a pie, oramos para que Dios ilumine los pasos de nuestros nuevos gobernantes y el Universo proteja las acciones que permitirán la inserción de nuestro país a las lógicas del siglo XXI.
(*) Marcos Velásquez. Psicoanalista, Mg. en Comunicación, Periodista. Escritor de análisis socioeconómicos, lazo social, periodismo de testimonio, estilos de vida y relación de pareja.