En los últimos treinta años, esta desventura le ha valido la vida a nueve de sus caciques. Sin embargo, el drama empezó mucho antes. Esta es la historia
Por: Semillero Reporteros Unisinú (*)
Los embera-katío que viven en el resguardo del Nudo de Paramillo, al sur del departamento de Córdoba, padecen una dolorosa tragedia para mantenerse en su territorio. Un infortunio que en los últimos 30 años ha costado la vida a nueve de sus Noko (caciques), pero que empezó mucho antes.
Algunos estudios demuestran que, a partir del siglo XVII, cuando la colonización de lo que se denomina Alto Sinú fue abandonada por los españoles, tras fracasar en la búsqueda de oro, los embera-katío empezaron a llegar desde la Región Pacífica a través del Chocó por medio de los afluentes del río Sucio y, más adelante con la Región Caribe a lo largo del río Sinú.
“Algunos de nosotros, de mi familia, creo que llegamos acá por Cartagena, y estas tierras dicen que eran de nosotros los indígenas, y luego nos hicieron ir subiendo, subiendo, ¿Y de aquí en adelante para dónde nos van a echar? No vamos a subir más, primero muertos, pero de aquí ahora nadie nos saca”, dice Marta, hija de Kimy Pernía Domicó, uno de los Noko asesinados, por reclamar su territorio y defenderlo del impacto ambiental de la hidroeléctrica de Urrá.
Llegaron a habitar desde la Quebrada de Juí (Hoy casco urbano de Tierralta) y progresivamente la colonización de terratenientes y campesinos los fue obligando a desplazarse hacia arriba del Nudo de Paramillo.
Hoy habitan un área de 117.000 hectáreas que pertenecen al resguardo, en los que viven 6.000 indígenas, más 2.000 que se mantienen entre el municipio de Tierralta y el resguardo por impactos ambientales y necesidades económicas derivadas, en gran medida, por la construcción y generación de la hidroeléctrica de Urrá.
El mapa del desplazamiento
Desde hace al menos siglo y medio los embera fueron cediendo territorio ante la presencia de colonos comenzando por la quebrada de Juí, puerto de Frasquillo. Luego subieron desplazándose por El Gallo (sitio de concentración de las Farc cuando los acuerdos de paz), quebrada Naín, boca de Limón, hasta la comunidad de Nagua y más hacia arriba, que es donde hoy empieza el resguardo propiamente, hasta Capupudó, casi llegando a la quebrada del Manso, entre la boca del río Verde, boca del río Sinú) y cerro Murrucucú.
Los indígenas estaban asentados en zonas bajas y han debido abandonarlas con los años, desplazándose mucho más arriba, así lo da a conocer el explorador europeo Luis Striffler (el río Sinú. Lito Editora Sinú, Cereté Córdoba, sin fecha p.5), quien entre 1842 y 1844, entró aguas arriba por el río Sinú, con el objeto de establecer un campamento para explorar oro en las estribaciones del cerro Kimarí, al frente del cerro Murrucucú, cerca de lo que hoy se conoce como angostura de Urrá.
El investigador norteamericano Le Roy Gordón, en su libro Gografía Humana y ecología (Valencia Editores,1983) señala que los emberas, estaban asentados en el valle del río Manso, tributario en la cabecera del Sinú, y para fundar el pueblo de Yupecito, los colonos le compraron, en enero de 1978, a precio irrisorio el área que tenía desmontada, al indígena Benito Chavarri, quien debió emigrar con toda su parentela, hacia las vegas altas del río Esmeralda, tributario del alto río Sinú.
Alberto Alzate Patiño, profesor e investigador de la Universidad de Córdoba, asesinado por paramilitares, en julio de 1996, por defender la causa indígena, señala en su libro “Problemática Social de los aborígenes de Córdoba (1992)”, que: “los indígenas fueron cediendo terreno que ocupaban en las vegas bajas de las quebradas”, incluso en territorios donde hoy está operando la hidroeléctrica Urrá.
Explica que el desplazamiento y arrinconamiento hacia las vertientes de las montañas del Nudo de Paramillo, queda demostrado “si nos acogemos a los estudios sobre el origen y el significado de los nombres propios que daban los embera a muchas quebradas y sitios del Alto Sinú, ejemplo, quebrada Juí (que bordea la entrada al casco urbano de Tierralta) que en emberá significa oso, cerro Kimarí, cuatro, quebrada chibogadó, caobo”. Nombres que no pudieron ser dado por colonos sino por indígenas.
Presencia de Urrá
En el transcurso de los años la presencia de colonos ha generado conflictos interétnicos, especialmente en la década de los 70. Y fue en medio de los conflictos territoriales que la empresa ISA contrató en 1979, los diseños finales del proyecto hidroeléctrico de Urrá I y Urrá II, en el Alto Sinú, a través de la firma de consultoría Gómez Cajiao y Asociados, cediendo en 1982 a Corelca el manejo del proyecto.
Un año más tarde, en 1983, se hicieron innumerables estudios, cálculos y diseños, hidráulicos, mecánicos, geológicos, sociológicos. Incluidos estudios ambientales con la firma Dames and Moore. Y en 1985 se adjudicó el contrato de obras civiles de Urrá al consorcio sueco colombiano Skanska-Conciviles.
Urrá: causa de división
A Marta Domicó le preocupa que su comunidad está dividida y diezmada. “Urrá la dividió porque antes la subienda de bocachicos nos permitía estar unidos, ahora no hay subienda y todos nos culpamos de la mala situación”, dice.
“Antes éramos una sola familia, un solo pueblo, por la pesca de bocachico. Pero no hay bocachico, ese que está en la presa es criado, no es nativo”, ya no pueden bajar por el río.
Si bien la presa no inunda el espacio físico del resguardo sí lo impacta desde lo ambiental. La réplica del impacto se extiende por todo el Nudo de Paramillo.
También por la presa se producen inundaciones, el río no corre, se mantiene quieto, se llena de lodo en la parte baja, el agua que antes era fría ahora se calienta. El sitio de presa se está sedimentando porque la selva trata de recuperar su espacio y por la cantidad de biomasa que quedó sepultada.
“En lo cultural ya algunos indígenas no quieren vivir en el resguardo. Cuando vivían allá todos se dedicaban a la mujer, al niño, al joven, ellos cazaban con su papá, ahora quieren es escuchar vallenato y el reguetón”, dice Marta.
En cuanto a la alimentación el bocachico era la proteína, la vitamina, era lo que los ayudaba a permanecer unidos. “Yo alcanzo a recordar cuando las mujeres, los jóvenes, comían conjuntamente, eso ahora no se ve, ahora incluso por un pescado hay divisiones familiares. El río está envenenado, contaminado, parece que, con mercurio, se necesitan estudios”, afirma Marta.
Muchos indígenas han entrado en depresión y se registran casos de suicidio. “A una muchacha de Beguidó la logramos salvar. Hay muchos jóvenes con depresión, queremos saber de dónde y por qué está llegando esa enfermedad [del suicidio]”.
Al rescate de la memoria de Kimy
Marta le cree a Salvatore Mancuso, luego de la entrevista virtual que sostuvieron. Para ella, él ya dijo la verdad, pero también cree que todo fue parte de un complot en el que Urrá tomó parte: “Claro que sí. Mancuso dijo que era un crimen del Estado y yo sí le creo”. Lo dice porque si el Estado tiene participación en Urrá, luego la empresa representa al Estado.
En el pueblo embera se escuchan voces que dicen que “lo que decía Kimy se está cumpliendo. Él tenía esa visión. Él sabía que la empresa Urrá iba a hacernos daño”.
Desde ya Marta prepara un nuevo aniversario por la desaparición de Kimy, el 2 de junio del 2021, en el sitio donde arrojaron su cadáver al río Sinú, luego de haberlo desenterrado y despedazado, para desaparecerlo en el río Sinú.
Quieren un reconocimiento a Kimy Pernía Domicó, que se le erija una estatua en Frasquillo. Ya en el año 2005 sembraron en su memoria un árbol de Jenené en el parque de Tierralta y otro en Frasquillo. Marta quiere estudiar, para ayudar a su pueblo. Terminó el bachillerato. Muestra las pruebas de Estado. Ahora quiere que las universidades le den la posibilidad. Desea estudiar Derecho o Administración en Salud. “Aquí podría estudiar Trabajo Social, en la Universidad del Sinú, sede Tierralta”, dice.
Toda esta es apenas parte de la historia que ahora Marta quiere reconstruir. Ella sigue creyendo que aún es posible rescatar a su comunidad, los embera-katío del Alto Sinú, de la presión e invasión de los colonos, de los disidentes de las Farc, del narcotráfico, y del infortunio desbaratador de que han sido víctimas en estos últimos 20 años que lleva operando comercialmente la hidroeléctrica de Urrá S.A.
Marta vive segura de que los embera-katío no serán derrotados por la realidad de una civilización y una empresa (Urrá S.A) que para ellos tiene sangre de verdugo, desde aquélla mañana de 1979, en la que el pueblo embera-katío vio sobrevolar en su territorio aquella avioneta de infortunios, y casi 20 años después (18 de noviembre de 1999), cuando se inició el llenado del embalse, que tantas desgracias traería para su pueblo.
Nota: Tratamos de contactar a directivos de Urrá a través de un cuestionario, pero hasta el momento de esta publicación no había respondido
(*) Semillero Reporteros Unisinú: Ramiro Guzmán Arteaga (director). Estudiantes: Eleazar Aguirre De Luque, Mariana Bechara Rodríguez, María Coronado Majul, Dana Martínez Moreno, Stefany Páez Delgado, María Romero Galván, Junior Solano Ortiz.