La Parentela de Gabo

En la biografía de Gabriel García Márquez hay temas que conectan su genealogía con el Caribe colombiano pero que han permanecido inéditos. En esta Crónica el escritor y director del Centro de Historia de Ayapel, Johnny de la Ossa B., revela y recrea magistralmente toda una radiografía de esas aristas desconocidas de Gabo con el Caribe y particular con La Mojana, el San Jorge y el municipio de Ayapel (Córdoba).

Por: Johnny de la Ossa B.
Ayapel (Córdoba, Colombia)

Hasta el expresidente López Michelsen aparece en la lejanía genealógica de Gabriel García Márquez, lo mismo que la desaparecida Consuelo Araujo Noguera, La Cacica, creadora del Festival de la Leyenda Vallenata; al igual que José Francisco Socarrás, Poncho Cotes y Ruth Ariza Cotes, como también el exministro y exsenador conservador Carlos Martínez Simahan, natural de Galeras (Sucre); ellos, y muchos otros, forman parte de ese enjambre sanguíneo fecundado por la tarea heredada de los antepasados de engendrar hijos a tutiplén.
Gabriel Eligio, el peregrino telegrafista sinceano, recorrió Ayapel y regiones circunvecinas, en su tránsito por estos lares lacustres del San Jorge y La Mojana tuvo amoríos, y en esa faceta de mujeriego que lo distinguió en la juventud, antes de caer en brazos de Luisa Santiago Márquez, dejó huellas de su linaje. Gabriel Eligio era hijo de la caimitera Argemira García Paternina, prima de Josefa Hernández Paternina. En ese sancocho sanguíneo, Gabriel Eligio, hijo de Argemira, era primo segundo de Cristina Hernández -oriunda de Sucre (Sucre), e hija de Josefa y esposa de Vicente Barrios-; Gabriel García Márquez, a su vez, hijo de Gabriel Eligio, era primo tercero de Cristina Barrios – hija de Vicente Barrios con Cristina Hernández-, esposa del médico ayapelense Orlando Márquez Miranda, bisnieto del cura J. Pío Miranda y Campuzano, el constructor del famoso camino padrero, sendero de herradura que unió a la Provincia de Cartagena con la de Antioquia en la primera mitad del siglo XIX.
Los Barrios eran una familia oriunda del municipio de Sucre, poblado donde las hermanas Estebana, Telmira, Alfonsina, Josefa y Cristina se distinguían por la belleza, las dos primeras fueron elegidas reina de la localidad.
Cuando Gabo vivió o pasaba las temporadas de vacaciones en el ribereño municipio mojanero estableció lazos de amistad con juegos propios de la infancia con los Barrios, entre otros. La diversión más frecuente era jugar a las escondidas; pasatiempo que Gabo, a la edad de diez años, aprovechaba para perderse en medio de los recovecos de las casas y solares dando rienda suelta a las inocentes travesuras que lo hacían feliz. En los chiribitiles donde se ocultaban se encontró de manera casual con Telmira, ocasión que disfrutaron para darse temerosos besitos entrecortados ante la eventualidad de ser descubiertos. Pero, Gabo no estaba enamorado de Telmira, sino de la mayor de las Barrios, Estebana. Una niña que desde pequeña reflejaba un gran encanto, al igual que el resto de las hermanas. Nada distinto pasó, eran aventuras de niñez. Estebana no le paró bolas a Gabo, quien por esa indiferencia desvió la atención al idilio que poco después inició y profesó hasta el último día de su vida hacia Mercedes Barcha, una mujer sencilla, de descendencia arábiga, hija de Demetrio Barcha, dueño de una botica en la placita del pueblo; y vecina y amiga, también, de las Barrios. En esa relación, Telmira hizo las veces de mensajera en los incipientes amoríos del nóbel. Cristina y sus hermanos frecuentaban la casa de Gabriel Eligio, allí compartían con todos los hijos del violinista sinceano. Pero ella gozaba de un apego especial con Rita.
Las veces que doña Argemira estuvo en Sucre-Sucre fue a instancias de su hijo Gabriel Eligio, oportunidad que la Niña Gime, como era conocida, aprovechaba para ver a los nietos, entre ellos a Gabo. No desperdiciaba esos momentos para atender a la costumbre pueblerina del Caribe de antaño para ir a saludar a la familia. Cuando Argemira se encontraba con Josefina la alegría exorbitante del reencuentro las invadía en un frenesí aderezado de abrazos y risas por las historias que contaban. Las nietas de Josefina, las Barrios, se sumaban a las manifestaciones esplendorosas de cariño con el inevitable y sentimental saludo de «Mami Gime», una muestra inequívoca de la familiaridad.
Telmira aún recuerda que a Gabo le gustaba hablar vulgaridad, y tarareaba una canción de la época que la gente catalogaba como plebe.
«Cuando la abrochaba, la abrochaba, la abrochaba
Cuando le pasaba la mano por el barbón
Oye, Josefina no le tengas confianza
Apriétate el cinturón»
Telmira Barrios, la hermana de doña Cristina, y su esposo, Luis María Echavez Balmaceda, conocido como el Licho, fueron padrinos del matrimonio de Margarita Chica Salas y Miguel Reyes Palencia —Ángela Vicario y Bayardo San Román en la novela Crónica de una muerta anunciada. Cayetano Gentile —Santiago Nassar en la misma obra de Gabo— recibió más de una decena de cuchilladas, y en la impresionante angustia, después de tratar de evadir la persecución de los agresores en una carrera desesperada, en busca de la casa de sus padres, logró entrar. En el último esfuerzo de su existencia, Cayetano en la agonía le colocó una mano en el hombro izquierdo del Licho, quien estaba en ese instante en la sala de la vivienda de los Gentile, y exclamó «Yo no hice eso…». Lo que siguió fue el desenlace… la muerte de Cayetano. En la salvaje embestida los hermanos de Margarita le cortaron un dedo al apuesto joven de origen itálico. La parte desmembrada fue recogida del suelo por un niño de nueve años, y el Licho Echavez la aseguró. Cuando el cuerpo reposaba en el ataúd, el cuñado de doña Cristina Barrios de Márquez -el Licho- se acercó al cadáver y le metió en el bolsillo derecho de la camisa, del lado de la mano incompleta por la mutilada sufrida, el dedo meñique que le habían cortado, para que el cuerpo se fuera de este mundo tal como vino… completo.
El Licho Echavez firmó como testigo el documento donde se registra de manera oficial la muerte de Cayetano Gentile. (anexo).
Con el paso del tiempo Mercedes Barcha se fue a estudiar a Medellín y las hermanas Barrios salieron de la región. Cristina se fue para Bogotá y se hospedó en la 64 con 4.ª, en la residencia de la Nena Álvarez, Carlota Álvarez Torregrosa, su mejor amiga; también mojanera.
Por casualidad lograron saber a través de Rosa Casif, hija de Aurelia, una tía de la Nena Álvarez, que Gabriel García Márquez vivía con su esposa Mercedes a dos cuadras. Al final de los años cincuenta y comienzos de los sesenta los amigos de infancia estuvieron otra vez muy cerca como en Sucre-Sucre.
De inmediato comenzaron a concurrir al domicilio de Gabo, no tanto por Gabito, sino por Mercedes. Orlando Márquez Miranda, el joven nativo de Ayapel que estudiaba medicina en la Universidad Nacional tropezó con Cristina Barrios, y enseguida resultó flechado en el corazón por los atributos de la sucreña. En sus ratos libres rondaba en sus amoríos a la mojanera. En una de esas citas con ambiciones de matrimonio conoció a Gabito de manera fortuita en la sala del lugar de alojamiento de la pretendida Cristina Barrios. De paso surgió una nueva amistad entre estos dos caribeños, ambos por casualidad de apellidos Márquez, pero sin tener ningún parentesco, solo el rasgo de primo cuarto entre el laureado escritor y la novia y futura esposa del médico. En las tertulias, mientras Cristina y la Nena conversaban con Mercedes sobre la infancia vivida, Orlando Márquez lo hacía con García Márquez, que ya era un personaje a nivel nacional que se hizo célebre por la crónica Relatos de un náufrago, que publicó durante catorce días consecutivos el periódico El Espectador en 1955, en la que describía con lujo de detalles las pericias de Luis Alejandro Velasco, un tripulante del buque militar ARC Caldas que logró la hazaña de sobrevivir mientras estuvo diez días en alta mar sin comida y sin agua para beber. El tema del conversatorio siempre fue Ayapel, charla que Gabo inducía con habilidad en la búsqueda de historias.
Los amenos conversatorios que mantuvieron los caribeños por dos años se truncaron con el viaje a Nueva York de Gabo y la familia, Mercedes y su primer hijo Rodrigo. Cristina se casó con Orlando. La pareja se trasladó para Ayapel a vivir, y jamás hicieron alarde de esa amistad ni doña Cristina del parentesco con el escritor. Solo disfrutaban con las noticias de los éxitos de Gabo.
Cuando doña Cristina Barrios llegaba a Sincelejo, de paso para Cartagena, a darle vuelta a su hermana Telmira, aprovechaba la oportunidad para ver a Margarita Chica y recordar la bella época vivida en la tierra natal, sin mencionar el episodio del matrimonio y el desenlace. Hablaban de otras páginas de la vida, mientras tomaba con particular detalle las medidas de los cuerpos de las hijas de Cristina, las Martas, Elena y Lucía, para confeccionar los vestidos que le encargaba su amiga. En Cartagena cumplía con el ritual de saludar a Gabriel Eligio y Luisa Santiaga Márquez, que vivían al pie de la Popa, como también a las contemporáneas hermanas de Gabo que vivieron en el barrio Manga.
En la primera ocasión que Cristina fue a saludar a Ligia García Marquez, fue cuando Estebana, la mayor de las Barrios le dijo: «vamos a visitar a Ligia». Al llegar, la anfitriona, Ligia, emocionada por volverse a ver brindó con jugos. Ligia se dirigió al piano que estaba en la sala.
—¿Quieren que les toque algo? —preguntó Ligia sin esperar respuesta de las compañeras. Se colocó unas gafas con un vidrio roto para empezar a ejecutar el teclado del instrumento.
—Ajá, Ligia, ¿y esas gafas…? —le preguntó Cristina sorprendida.
—Fíjate, Cristi, esto es de tanto llorar —las Barrios enmudecieron. El hijo mayor de Cristina, Iván Emiro, que las acompañaba, menos entendió la respuesta. Todos se deleitaban con lo sonoridad armoniosa de la que Ligia con gracia interpretaba.
La última vez que Cristina se encontró con Gabo y Mercedes fue en la piscina del hotel Las Américas de Cartagena. El escritor con su señora y Jaime, su hermano, tomaban el sol acostados en las descansaderas del hotel, al tiempo que doña Cristina paseaba por ese mismo lugar con su hermana Estebana, la que esquivó la pretensión amorosa de Gabo en la niñez; sus dos hijas mayores, Marta Lucía y Marta Elena; y sus yernos, quienes la atendían en compañía de un médico de apellido Segovia. Jaime García Márquez, a pesar de las gafas oscuras con las que amortiguaba la luminosidad del sol reconoció a Cristina.
—Mira quién va ahí —le dijo Jaime a Gabo.
—Espérate… esa cara me es conocida —respondió Gabito, y añadió—. ¡Esa es Cristinita Barrios! Jaime se levantó y salió a saludar a Cristina. A Estebana no la reconoció al principio.
—Ven para que saludes a Gabito.
La euforia del momento se transformó en abrazos a montones entre Gabito, Mercedes, Jaime, Cristina y Estebana por el inesperado reencuentro después de más de treinta años. «Cuéntame de Orlando» fue lo primero que le preguntó Gabito a Cristina. Y en seguidilla otro interrogante: «¿Todavía están en Ayapel?». Mercedes los invitó a caminar por la playa. Estebana, la que esquivó la pretensión amorosa de Gabo, pidió tomarse una foto para el recuerdo. La cámara fotográfica de Marta Lucía, la hija de doña Cristina, era muy distinta al daguerrotipo que Gabo describe en su obra inmortal Cien años de soledad. El médico Segovia, el único extraño en esa parentela, los amontonó para tomar la foto de la ocasión, antes de que Gabo se fuera para no volver más a Colombia. Le dio clic al aparato portátil con tan mala suerte que el rollo de fotografía se había agotado.
Gabo regresó a México, donde murió, y Cristina Barrios de Márquez, la pariente en Ayapel, no volvió a verlo.
POSDATA. Este escrito fue elaborado gracias a los aportes de las personas relacionadas y a los datos consignados en los documentos referenciados.
—Abogado Iván Emiro Márquez Barrios, en Fusagasugá.
—Anestesiólogo, Salvatore Chimento Guette. (q. e. p. d.)
—Antonio Hernández Gamarra. La niña Gime. Revista cultural Noventa y nueve.
—Doña Cristina Barrios de Márquez, en Ayapel.
—Elmer De la Ossa, en Sincé-Sucre.
—Telmira Barrios de Echavez, en Sincelejo.
—Filósofo e historiador Isidro Álvarez Jaraba, en Sucre-Sucre
—Gustavo Tatis Guerra. Gabo: Lo que no se sabía. Diario EL UNIVERSAL de Cartagena. Revista dominical. 21 de octubre de 2012.
—Raúl Mendoza. El crimen que Gabo no inventó. Diario La República. 15 de octubre.

ANEXO: Acta de Defunción de Cayetano Gentile (Santiago Nassar) donde aparece como testigo Luis Echavez, cuñado de Cristina Barrios, esposa del médico Orlando Márquez Miranda.
Documento suministrado por el historiador Isidro Álvarez Jaraba

Foto central/  EL ESPECTADOR, La familia de GABO

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *