El fallecimiento de dos importantes intelectuales y fundadores de los históricos Centros de Estudios 12 y 13 de marzo, en Montería, evidencia la existencia de una cultura que requiere visibilizarse.
Ramiro Guzmán Arteaga (*)
“Muchos combatientes
bajaban la cabeza para que
no les vieran las lágrimas
que inevitablemente
brotaban de sus ojos”.
(Paul Sánchez Puche, Filósofo)
Escribo sobre el profesor, escritor e intelectual Alberto Hernández Vásquez y el influyente líder de la izquierda revolucionaria Antonio (Toño) López Herazo. Alberto Hernández, licenciado en Filología de la Universidad Nacional de Colombia, fallecido el domingo 10 de marzo, apenas dos días después de haber lanzado en Montería (Córdoba) sus dos últimos libros: ¿Gabología o Gabolatría? y “Lecciones de literatura, y ciertos asuntos pertinentes”. Y Toño López, fallecido el pasado lunes 15 de abril, 30 años después haberse reinsertado como líder de la Corriente de Renovación Socialista (9 de abril de 1994), quien además perteneció al Polo Democrático Alternativo y actualmente era veedor Nacional de Alianza Verde.
Ambos referentes de la juventud revolucionaria de la década de los años 1970. El profesor Alberto, apasionado por la literatura, de la mejor época del Boom de la literatura Latinoamericana, ese fenómeno social y literario que surgió de las entrañas de la izquierda entre los años 1960 y 1970 y que proyectó a novelistas como Gabriel García Márquez, al argentino Julio Cortázar, al peruano Mario Vargas Llosa y al mexicano Carlos Fuentes, entre otros. Y Toño López, mucho más terrenal, pero igualmente culto, con un verbo incisivo, irónico, apasionado, con fundamento teórico, revolucionario y constructivo. Ambos, siempre con una mirada muy especial de lo que debían ser los procesos revolucionarios no solo en Colombia sino en América Latina y el mundo.
Alberto Hernández y Toño López serán siempre reconocidos como símbolos ideológicos y políticos de la juventud revolucionaria en el departamento de Córdoba, en particular de la que emergió del Colegio Nacional José María Córdoba (Conalco-Montería), en la época en la que los jóvenes exigíamos mayor democratización de la educación y los campesinos tierra para trabajar.
Fueron ellos, al lado de una larga lista de jóvenes estudiantes y profesores muy capacitados, quienes se constituyeron en el germen de la lucha revolucionaria de los Centros de Estudios 12 y 13 de Marzo. Un espacio en el que leímos en voz alta, en las noches, a la luz de una vela o un bombillo, saltando paredes, en patios de casa prestadas o bajo las sombras de los árboles, casi a escondidas, como si leer fuera una actividad prohibida, en una ciudad en la que sus habitantes, en su gran mayoría leían. Una época en la que leíamos todos los libros que se atravesaran y cayera en nuestras manos, desde los clásicos de la literatura universal y latinoamericana hasta los grandes ideólogos de la sociología, la economía, la filosofía y la cultura. Y fueron ellos, como parte de otros tutores, los que nos guiaron hacia la valoración del conocimiento crítico, reflexivo y científico; quienes, desde un paradigma revolucionario, nos enriquecieron intelectualmente, con libros adquiridos en las mejores librerías de la época, o en el Círculo de Lectores. Libros que nos prestábamos y pasábamos de mano en mano, incluso intercambiándolos con ideólogos de los partidos liberal y conservador, que simpatizaban con la izquierda revolucionaria de la época.
En el Colegio Nacional José María Córdoba, de Montería, no tuve la oportunidad de ser estudiante del profesor Alberto Hernández Vásquez, pero sí conservo el privilegio de escuchar, en los Centros de Estudios 12 y 13 de Marzo, sus conferencias sobre el Boom de la Literatura Latinoamericana y de cómo ésta había permeado a la intelectualidad latinoamericana y mundial. Unos espacios que superaban cualquier clase magistral, porque a los Centros de Estudio se ingresaba por vocación y no por obligación. Con sesiones que eran un verdadero disfrute, con una mirada distinta de la educación y la sociedad. Allí nunca hubo un caso de sangre ni menos una muerte violenta; era el don de la palabra, el discurso hablado y escrito el que nos engrandecía. Si la inteligencia es, como dice Yuval Harari, la capacidad de resolver problema, y la conciencia la capacidad de experimentar alegría, amor y dolor, allí, en ese espacio de la intelectualidad y el debate constructivo, estos conceptos eran una realidad, porque entre nosotros solucionábamos desde los conflictos sentimentales hasta los ideológicos, políticos y culturales.
En fin, fueron Toño López Herazo y el profesor Alberto Hernández quienes, al margen de la educación formal y tradicional, nos guiaron hacia una educación crítica, reflexiva e independiente. Por eso, ahora que han fallecido, pasan a disfrutar para siempre de una profunda estimación de quienes fuimos sus estudiantes y amigos, en ese contexto histórico que revolucionó a Colombia y al mundo. Para los familiares de Alberto y Toño un fuerte abrazo, siempre con sentido de agradecimientos.
(*) Comunicador Social-Periodista, Magister en Educación, docente de la Universidad del Sinú Elías Bechara Zainum.