Esta crónica, realizada por el Semillero Reporteros UNISINÚ, recoge testimonios en El Sabanal y Montería para reconstruir la vida y obra de Guillermo Valencia Salgado, “Compae Goyo”. A través de reportería, entrevistas y análisis, se enlaza la memoria íntima de sus allegados con la visión académica que mantiene vivo su legado cultural.
Por Semillero Reporteros UNISINÚ (*)

El camino hacia El Sabanal, corregimiento de Montería, toma apenas unos minutos desde el centro de Montería, pero parece conducir a otro tiempo. El ruido urbano se disuelve a medida que se avanza y surge un paisaje sereno, de casas sencillas y fachadas desgastadas, donde la historia camina despacio. Allí, en una vivienda con pintura descascarada, nació Guillermo Valencia Salgado, el recordado Compae Goyo. Para quienes lo visitan, ese lugar, debería ser hoy un museo.
De Guillermo Valencia Salgado es mucho lo que se sabe: Poeta, narrador, escultor, músico, profesor y defensor del folclor, su legado se mantiene vivo en las voces de quienes en la capital de Córdoba lo conocieron de cerca: el escritor José Luis Garcés González, el médico Omar Gonzales Anaya, el biólogo Álvaro Cogollo Pacheco y, en la intimidad del hogar, su esposa Blanca Lilia Varilla Oviedo y su hija Dalila Valencia Varilla. Sus testimonios, reunidos como un coro de memorias, permiten reconstruir el perfil de un hombre que hizo de la cultura popular de Córdoba y el Caribe el centro de su vida.
El amigo intelectual: José Luis Garcés González
Pero esta historia por conocer a Guillermo Valencia a través de sus allegados comenzó una semana antes de llegar a El Sabanal. Fue en el propio Montería. El viernes 15 de agosto, a las tres de la tarde, el escritor José Luis Garcés González abrió las puertas de su casa, sede del Grupo Literario El Túnel, para recibirnos a los estudiantes del Semillero Reporteros UNISINÚ. El encuentro tuvo lugar a pocos pasos del popular sector de Puerto Platanito, cuyo nombre forma parte de la memoria colectiva de la ciudad.
Aquel día José Luis daba la impresión de estar enfermo, quizá afectado por una fuerte virosis. Hacía esfuerzos visibles por cumplir con la cita que nos había dado, lo que acentuaba la densidad del ambiente, ya de por sí espeso, como el clima de Montería.
Nos recibió con una mezcla de silencio y cautela, un hombre que carga en sus ojos el peso de los años y la lucidez de la experiencia. Fue difícil arrancarle la primera sonrisa, pero en cuanto comenzó a hablar del Compae Goyo, su amigo y compañero de vida, la seriedad se transformó en un relato vibrante lleno de memoria, nostalgia y orgullo.
A través de sus palabras fuimos conociendo a Guillermo Valencia Salgado, mejor conocido como Compae Goyo. Un hombre que nació el 18 de noviembre de 1927 en el corregimiento de Sabanal. Según José Luis, Goyo “tenía un temperamento particular: era jocoso, risueño, siempre dispuesto al saludo y al diálogo, pero también sabía indignarse cuando algo le parecía absurdo o injusto”. José Luis Garcés recuerda que “esa mezcla de simpatía y carácter lo convirtió en una figura cercana y respetada por la gente del pueblo, quien lo saludaba con cariño en las calles, a lo que él siempre respondía con la misma calidez: “¿Qué tal, qué más, cómo están?”.
Lo más llamativo del relato de José Luis es cómo describe a Goyo no solo como un hombre de letras o de música, sino “como un ser profundamente ligado a la cultura popular”. Aunque estudió derecho en la Universidad Libre de Bogotá, trabajó como juez en Tierralta y Montería, y se desempeñó como profesor en el INEM y en la Universidad de Córdoba, su verdadera vocación siempre estuvo en la culturología. José Luis nos explica que esta disciplina, que estudia la cultura desde una visión ética y atropológica, fue el refugio intelectual y espiritual de Goyo. Abandonó el derecho para dedicarse por completo a explorar, investigar y difundir la riqueza cultural de su tierra.
“El Compae Goyo no fue solo un jurista que cambió el derecho por la culturología; fue un creador integral. En sus libros, en la música y hasta en la escultura dejó la marca de un hombre que hizo de la cultura su forma de vida. Su mayor enseñanza no estuvo en los premios, sino en la coherencia de vivir y defender lo nuestro hasta el final”, recordó José Luis Garcés.
El médico cercano: Omar Gonzales Anaya
El médico Omar Gonzales Anaya conoció a Goyo en 1977, en El Túnel, y desde entonces se convirtió en su compañero inseparable. Con él compartió festivales, tertulias y la creación de iniciativas como la Taberna Palabra. “El folclor no es miseria ni vergüenza, es la esencia de nuestra tierra”, repite al recordar las discusiones junto a su amigo.
De esas conversaciones surgió la defensa del “corronchol”, la manera particular de hablar en Córdoba, asumida con orgullo como símbolo identitario. “Éramos corronchos a mucho honor”, afirma Gonzales, mientras muestra carteleras elaboradas junto a Goyo para reivindicar la lengua y las costumbres locales.
El médico fue también testigo de su faceta crítica. En cuentos y cartas, Goyo ironizaba sobre políticos y autoridades, usando el humor como herramienta para suavizar la crítica. “Se reía de todo, a todo le sacaba cuento y chiste”, recuerda.
Sin embargo, su cercanía lo convirtió también en confidente de la enfermedad. Fue él quien diagnosticó el cáncer de pulmón que acabaría con su vida en diciembre de 1999. Aunque no asistió al sepelio, escribió un homenaje en el que lo describió como “el corazón de Córdoba”. Para Gonzales, Guillermo Valencia y el Compae Goyo fueron dimensiones inseparables de un mismo ser: el académico reconocido y el personaje popular que caminaba por Montería con mochila y abarcas, saludando a todos con la misma calidez.
Dejando huellas en la educación
La influencia del Compae Goyo trascendió la amistad para dejar huella en sus estudiantes. En el colegio INEM, donde lo citamos para entrevitarlo, Álvaro Cogollo Pacheco, hoy biólogo y científico, lo recuerda como su profesor de español en el INEM de Montería. “Siempre dejaba los últimos minutos de clase para hablarnos de folclor. Sus cuentos terminaban en reflexiones que aún hoy me sirven en la vida”, afirma.
Un trabajo escolar marcó su destino. Mientras sus compañeros se limitaron a recopilar datos, Cogollo entrevistó a figuras como Alfredo Gutiérrez, Pacho Rada y Alejo Durán. “Cuando le entregué el trabajo, me dijo: usted la sacó del estadio. Fue la primera vez que entendí la importancia de investigar desde la experiencia”. Ese impulso lo llevó a estudiar la relación entre música vallenata y naturaleza, germen de su futura carrera científica.
Para Cogollo, el Compae Goyo fue un maestro inspirador, capaz de despertar en sus alumnos el amor por el arte y la cultura. “Sembró semillas que después germinaron. Por eso debería existir una cátedra que estudie su vida y obra. Él nos enseñó a no avergonzarnos de nuestras raíces”.
La hija: la herencia viva
En la terraza de la casa familiar en El Sabanal, Dalila Valencia Varilla, una de las hijas menores del maestro, nos recibe con recuerdos teñidos de nostalgia. Lo primero que evoca es el carácter protector de su padre: “Fue un papá consentidor, siempre pendiente de todo lo que hacíamos. Ninguna decisión se tomaba sin que él estuviera de acuerdo”.
Ese cuidado rayaba en la sobreprotección. “Nunca podíamos ir a paseos en ríos o excursiones, porque él veía peligro en todo. En ese sentido el permiso era no, nunca”, cuenta entre sonrisas. Pero a la par de esa rigidez, estaba su confianza en la educación: “Todos fuimos a estudiar afuera, porque en eso sí nos apoyaba sin dudarlo”.
Entre los recuerdos más tiernos está la rutina de las monedas. “Yo todos los días le pedía una monedita para ir a comprarme un dulce. Y cuando no tenía, para él era doloroso no poder dármela. Ese pequeño gesto se volvió tradición diaria antes de que saliera de casa”.
También recuerda la escena repetida de su llegada al mediodía: “Cuando venía entrando desde la placita, gritaba: ‘mami, el agua, el tinto, el ventilador, las chancletas’. Y volvía y repetía. Todo debía estar listo al cruzar la puerta”.
Más allá del afecto, destaca la disciplina férrea con la que trabajaba sus obras. “Si tenía que destruir una escultura cinco o seis veces, lo hacía y empezaba de nuevo. Esa persistencia me marcó: aprendí a ser dedicada y exigente en mi profesión gracias a su ejemplo”.
Dalila también subraya la lealtad de sus amistades. “El doctor Omar González lo visitaba cada domingo en su finca por los lados del Saibal. Y con José Luis Garcés compartió siempre la pasión por el arte y la escritura”.
La esposa: la memoria íntima
En una especie de calle sombreada del mismo corregimiento El Sabanal, Blanca Lilia, viuda del Compae Goyo, abre su testimonio con una precisión: para ella, lo correcto es recordarlo como Guillermo Valencia Salgado, con todo el peso de su nombre completo. Con voz tranquila pide: “Me gustaría que lo recordaran como un maestro en excelencia, un guía para la juventud monteriana”.
Recuerda su amor por las fiestas populares: “Desde que empezaba el Festival del Porro, él cogía su mochila y su estera y se iba para Pelayo. Le gustaba mucho participar hasta el último día de su vida”. En esas escenas lo veía feliz, rodeado de música y gente.
En lo cotidiano, lo describe como un esposo cariñoso y trabajador. “Él pasaba gran parte del tiempo en el INEM y en la Gobernación, pero los fines de semana disfrutaba en familia. Le encantaba el pescado frito con arroz de coco, esa era su comida favorita”.
También revela que dejó obras inéditas, entre ellas El brujo de Mocarí, que aún esperan ser publicadas. Y con tristeza rememora los últimos meses en la clínica: “Fueron muy tristes, no fueron felices. Pero prefiero recordarlo bailando y sonriendo, porque así era él”.
Un eco que persiste
La figura del Compae Goyo sigue presente en Córdoba veinticinco años después de su partida. Su nombre resuena en universidades, sus cuentos y poemas se leen en las aulas y sus composiciones musicales se interpretan en festivales. En Montería, Planeta Rica, San
Pelayo y más allá del Caribe, su voz continúa viva en quienes defienden el orgullo cultural de la región.
“Cada vez que alguien cuenta un mito del Sinú o suena un porro en una plaza, ahí está él”, resume José Luis Garcés. En esa afirmación coinciden el amigo, el médico, el alumno y su propia familia: la certeza de que Goyo no fue solo un hombre, sino una forma de habitar la cultura, de convertirla en vida.
La casa de El Sabanal, hoy envejecida, espera ser museo; y el año 2026, cuando se cumpla su centenario, ya se proyecta como un homenaje nacional a su figura. El Compae Goyo, símbolo de la identidad sinuana, permanece como testimonio de que el verdadero intelectual es aquel que pone su talento al servicio de su pueblo. Su memoria no se apaga: vive en la palabra, en el canto, en la crítica y en la identidad que Córdoba celebra con orgullo.
(*) Grupo focal de Redacción Periodística – Semillero Reporteros UNISINÚ
- Valeria Hernández Sánchez, Valentina Dix Polo, Andrea Carolina Cadavid Berrocal, Luisa Fernanda Madera Corcho, Moisés Serpa Berrio, Valentina Villareal Martínez, Jesús Gabriel Banda Sánchez, Sara Muentes Escobar. Maikel Ochoa Suárez.