La Cueva, uno de los sitios de reunión del Grupo de Barranquilla, sigue siendo hoy un espacio de encuentro de intelectuales y allegados a la cultura nacional e internacional. Siguiendo las huellas dejadas por el nobel Gabriel García Márquez, el semillero Reporteros Unisinú llegó también a Barrio Abajo, donde por primera vez GABO se encontró con el pintor Alejandro Obregón.
Por: María Alejandra González Millán (*)
Barranquilla
Mayo 04. Cuando hay tantas cosas por contar, organizar las palabras puede ser complejo, pero cuando esas cosas se conforman de mucha pasión esa complejidad se puede trasladar a algo satisfactorio. Eso era lo que para mí significaba esta travesía.
6:00 de la mañana y empieza amanecer en la ciudad de Barranquilla, específicamente en el barrio Simón Bolívar, que desde muy temprano y como característico de todo barrio popular, se empiezan a escuchar los famosos “pickup” que alegran el ambiente del sitio. La mañana se forjaba bajo un cielo azul y sin rastro de amenaza de lluvia, cosa que favorecía nuestro recorrido.
A eso de las 9:30 am. tomé el bus que me llevó a la antiguamente conocida avenida 20 de Julio, hoy por hoy carrera 43, que era el punto de encuentro para iniciar nuestra jornada.
Una vez allí, salimos todos juntos rumbo a la primera parada que fue “La Cueva”. Llegamos, nos bajamos del bus que nos transportaba, y nos encontramos con una casa esquinera, de tejado muy llamativo, estilo colonial y una fachada cubierta de amplios ventanales que rodeaban todo el lugar, pero que no permitían observar hacia dentro. Lo que daba la sensación de ser un lugar privado y secreto, pero a la vez acogedor y agradable.
En la entrada nos recibían jardines a los costados y, como propio de la región caribe, dos grandes arboles de mango que le hacían justicia a la sombra de la cual gozábamos en ese momento mientras recopilábamos nuestro material académico.
Tristemente no pudimos entrar y conocer el interior de lo que hoy en día funciona como el único bar-restaurante, de bien público nacional por su valor histórico e intangible, que durante el inicio de los años 50 no era más que una tienda de barrio llamada “El Vaivén”, como lo cuenta Alfonso Fuenmayor en su libro Crónicas sobre el grupo de Barranquilla.
Años después, paso a ser el punto de reunión de un grupo de artistas e intelectuales como Gabriel García Márquez, Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor, German Vargas, entre muchas otras personalidades ilustres, que frecuentaban este lugar, para hacer tertulia y hablar de diferentes temas relacionados con el arte.
La sensación de estar presente aquel lugar por primera vez, fue de mucha conmoción, al imaginar las anécdotas que se vivieron allí contadas por hombres como Gabo, y que en palabras del escritor y periodista Heriberto Fiorillo, fue allí en la cueva donde el grupo de Barranquilla se hizo a punta de “Ron, de conversación, de arte, de periodismo y de literatura”
El encanto y la magia de Barrio Abajo
Hablar de Barranquilla es hablar de Barrio Abajo, un lugar sinónimo de cultura y arte, que para los barranquilleros es la célula madre del folclor y el bullicio. Barrio Abajo, el lugar donde la alegría se come y las batallas son de flores, tiene en su historia miles de tradiciones que junto a su representativa cultura popular hacen de este, un lugar mágico, tanto para locales como visitantes. En nuestro caso, la magia y la fascinación nos tomó como visitantes.
Al llegar, siendo medio día, lo primero que encontramos fue el museo del carnaval, un edificio de inmensa alegría, que gracias a los rayos de sol que en ese momento se impregnaban en mi cuerpo de manera avasallante, hacían que los colores que decoraban la parte superior se intensificaran tomando protagonismo de toda la calle.
En las puertas del que iba a ser nuestro lugar de recorrido para aprender más sobre el carnaval y su historia, se encontraba una palenquera que vestía los colores de Barranquilla en su pollera y su turbante, su mesa a un costado, llena de dulces típicos de nuestra tierra, como la cocada, la alegría y el caballito, eran para mis ojos el conjunto vivo de la majestuosidad de nuestra cultura afrocolombiana.
También, a un lado del museo, junto a una de las columnas que sostenían la primera planta del edificio, se encontraban dos señores de la tercera edad, uno de aspecto muy simpático y el otro con una sonrisa desbordante, nos invitaba a conversar de manera agradable. Señores que representan la idiosincrasia del pueblo barranquillero.
Me acerqué a ellos junto con el profesor Ramiro Guzmán, quien amablemente se dirigió a preguntarles si eran de allí o si conocían el sector, a lo que en coro les respondieron, “Claro, nosotros nacimos y nos criamos aquí” en ese momento el profesor un poco emocionado decidió preguntarles sin titubeo alguno, si conocían el “Callejón de la luz”, que era el lugar donde en algún momento, en una pequeña cantina que se ubicaba allí, García Márquez tuvo uno de esos “reencuentros históricos” que así llamaba y describía en “Vivir para contarla” cada vez que su amigo Alejandro Obregón volvía de sus muchos viajes por Europa.
Los señores nos indicaron a vuelo de pájaro donde quedaba la calle, pero por supuesto no sin antes contarnos toda su vida. Luego de eso, salimos rumbo a las indicaciones que nos habían dado, en busca del renombrado callejón.
Caminamos y caminamos entre pintorescas calles que nos sumergían cada vez más en lo mágico del barrio que fue en algún tiempo, el hogar de nuestro nobel de literatura. En medio de la búsqueda nos topamos con grandes murales simbólicos de nuestra cultura caribe, y por supuesto con las emblemáticas mariposas amarillas que, plasmadas en una pared, hacían de ese momento una experiencia indeleble.
Pasaban las horas, se hacían las 2 de la tarde y a raíz del tiempo no pudimos llegar, inconvenientes como no saber exactamente donde quedaba el lugar e indicaciones en el camino que se tornaban contradictorias, hacían que el hallazgo de este callejón se hiciera cada vez más complicado. Luego después de mucho andar, optamos por dar un paso al costado y prescindir de la búsqueda, que por razones de horario debimos dejar hasta ahí.
Sin embargo, mi fascinación era absoluta, pensar que gracias a este trabajo de campo pude resignificar un lugar que para mí hace unos años no era más que el sitio por el cual pasaba diariamente, sin darme cuenta del valor literario y cultural que contenía y que gracias a eso, hoy es un lugar que guardaré en mi memoria como lo que algún día fue, pero que solo a través de las palabras de García Márquez se pudo convertir en algo mejor.
(*) Estudiante de 3r semestre de Comunicación Social de la Universidad del Sinú-Elías Bechara Zainum, miembro del Semillero Reporteros UNISINU.