Los estudiantes de tercer semestre del grupo focal de Redacción Periodística lograron adentrarse en la memoria viva del Compae Goyo, guiados por la voz del escritor José Luis Garcés González. Esta es la primera entrega de una serie de reportajes del Semillero Reporteros UNISINÚ, cuyo eje central será “Siguiendo los pasos del Compae Goyo”, a través de testimonios de quienes estuvieron cerca de él.
MONTERÍA.
Por: Luisa Fernanda Madera Corcho y Moisés Serpa Berrio (*)
El viernes 15 de agosto, a las tres de la tarde, el escritor José Luis Garcés González abrió las puertas de su casa, sede del Grupo Literario El Túnel, para recibir a los estudiantes del Semillero Reporteros UNISINÚ. El encuentro tuvo lugar en Montería, a pocos pasos del popular sector de Puerto Platanito, cuyo nombre forma parte de la memoria colectiva de la ciudad.
Aquel día José Luis daba la impresión de estar enfermo, quizá afectado por una fuerte virosis. Hacía esfuerzos visibles por cumplir con la cita que nos había dado, lo que acentuaba la densidad del ambiente, ya de por sí espeso, como el clima de Montería.
Nos recibió con una mezcla de silencio y cautela, un hombre que carga en sus ojos el peso de los años y la lucidez de la experiencia. Fue difícil arrancarle la primera sonrisa, pero en cuanto comenzó a hablar del Compae Goyo, su amigo y compañero de vida, la seriedad se transformó en un relato vibrante lleno de memoria, nostalgia y orgullo.
A través de sus palabras fuimos conociendo a Guillermo Valencia Salgado, mejor conocido como Compae Goyo. Un hombre que nació el 18 de noviembre de 1927 en el corregimiento de Sabanal y que desde pequeño llevaba la cultura en las venas. Según José Luis, Goyo “tenía un temperamento particular: era jocoso, risueño, siempre dispuesto al saludo y al diálogo, pero también sabía indignarse cuando algo le parecía absurdo o injusto”. José Luis Garcés recuerda que “esa mezcla de simpatía y carácter lo convirtió en una figura cercana y respetada por la gente del pueblo, quien lo saludaba con cariño en las calles, a lo que él siempre respondía con la misma calidez: “¿Qué tal, qué más, cómo están?”.
Lo más llamativo del relato de José Luis es cómo describe a Goyo no solo como un hombre de letras o de música, sino “como un ser profundamente ligado a la cultura popular”. Aunque estudió derecho en la Universidad Libre de Bogotá, trabajó como juez en Tierralta y Montería, y se desempeñó como profesor en el INEN y en la Universidad de Córdoba, su verdadera vocación siempre estuvo en la culturología. José Luis nos explica que esta disciplina, que estudia la cultura desde una visión ética y atropológica, fue el refugio intelectual y espiritual de Goyo. Abandonó el derecho para dedicarse por completo a explorar, investigar y difundir la riqueza cultural de su tierra.
En sus palabras, se percibe que el aporte de Goyo fue más allá de la academia. “Su legado fue tanto ético como estético”, dice. Fue escultor, poeta, narrador y músico. Entre sus creaciones destaca la invención, junto a algunos amigos, de un ritmo híbrido que mezclaba el vallenato y el porro, al que llamaron “Sinuanitos”. Además, sus esculturas y poemas reflejaban la esencia del pueblo, su alegría, su dolor y sus tradiciones. Pero quizá uno de sus mayores aportes fue el libro Murrucucú, considerado por muchos el más importante en narrativa mitológica de Córdoba y del Caribe colombiano. En él recogió relatos de brujas, aparecidos y mitos populares que dan cuenta de un territorio vivo en historias y símbolos.
José Luis recuerda con emoción un homenaje que se le hizo a Goyo en Planeta Rica el 18 de septiembre de 1986. Allí, entre música, porros y discursos, se reunió un grupo de intelectuales y personas del pueblo para reconocer su labor cultural. Ese evento marcó un antes y un después en su vida, pues dejó en claro que su obra había trascendido los límites de su comunidad para convertirse en un patrimonio de todos.
Pero no todo en su historia fue celebración. También hubo momentos de enfermedad y despedida. José Luis relató, con un tono más bajo y pausado, cómo en septiembre de 1999 Goyo empezó a sentir los síntomas que anticipaban su muerte. “Mientras trabajaba en su finca en Mocarí, tosió y expulsó sangre, confirmando así lo que ya presentía: su salud se deterioraba”. Falleció ese mismo año, poco después de un homenaje en la Universidad de Córdoba. Su muerte dejó un vacío enorme, pero también la certeza de que su vida había estado dedicada a la defensa y la promoción de la cultura popular.
Durante la entrevista, que grabamos a manera de conversatorio con estudiantes de tercer y cuarto semestre de Comunicación Social de la Universidad del Sinú, no solo escuchamos anécdotas y recuerdos. También vimos objetos tangibles que mantenían viva la memoria del Compae Goyo: esculturas, papeles y recuerdos físicos que José Luis conserva con devoción. Eso nos conmovió profundamente, porque nos dimos cuenta de que el recuerdo no vive solo en la mente, sino también en las cosas que se tocan, en los rastros materiales que nos conectan con quienes ya no están. Y El Compae Goyo es uno de ellos. Así nos los enseñó el escritor José Luís Garcés González.
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(*) Luisa Fernanda Madera Corcho y Moisés Serpa Berrio : son estudiantes de tercer semestre del programa de Comunicación Social de la Universidad del Sinú Elías Bechara Zainúm. Pertenecientes al Semillero Reporteros Unisinú, Grupo focal Redacción Periodística. Líder y Editor: profesor Ramiro Guzmán Arteaga, Comunicador Social Periodista, Mg. en Educación de la Universidad de Córdoba.