La Universidad de Córdoba: crónica de una universidad resiliente

En 2024 y 2025, dos trabajos de campo de estudiantes de Comunicación Social fueron suspendidos por hechos de violencia. Estos eventos inspiraron a estudiantes y docente para escribir una serie de crónicas sobre los retos para desarrollar trabajos de campo en territorios afectados por el conflicto armado. Esta es la primera de cuatro entregas.

MONTERÍA
Por: Reporteros UNISINÚ (*)

En el departamento de Córdoba, donde los ecos del conflicto aún resuenan en los márgenes del territorio, se levanta la Universidad de Córdoba, llena de conocimiento y resistencia. Hasta allí llegó un grupo de estudiantes del Semillero Reporteros Unisinú con el propósito de comprender cómo la presencia de grupos armados ilegales afecta el desarrollo de las prácticas académicas, especialmente en las zonas del sur del departamento.

Al llegar, el ambiente contrastaba con la imagen que muchas veces dibujan los informes sobre seguridad: en las instalaciones universitarias se percibía movimiento, vida, una mezcla entre el bullicio estudiantil y el silencio cargado de memoria.

La primera en compartir su visión fue Carmen Ortega, docente del programa de Ciencias Sociales. Sin esperar preguntas, abordó directamente el tema: “Hoy las prácticas académicas no han estado marcadas por riesgos inminentes”.

Explicó que la universidad actualmente cuenta con seguros estudiantiles, recursos para transporte y viáticos, y que cada salida es acompañada por docentes responsables. Desde su experiencia, nunca ha sentido que su integridad o la de sus estudiantes esté comprometida. Para Ortega, la clave está en el enfoque: “Nosotros vamos es desde una perspectiva académica…”.

Añadió que, en caso de movilizarse a territorios con antecedentes de conflicto, se sigue un protocolo institucional, que incluye permisos formales y el acompañamiento de guías locales conocedores del territorio.

En su visión, el abordaje cultural y etnográfico permite evitar confrontaciones con actores armados: “Lo puedo ver, lo puedo sentir, lo puedo evidenciar, pero yo voy a revisar esos mitos, culturas, costumbres…”.

En contraste, José Gabriel Flores, presidente de la Asociación de Profesores Universitarios (ASPU), ofreció un relato más crudo, enraizado en la historia de la institución. Recordó los años en que el paramilitarismo tomó el control de la Universidad, entre 1994 y 2009, bajo el mando de Salvatore Mancuso.

Durante ese tiempo, las directivas actuaban bajo las órdenes de dichos grupos. La comunidad universitaria fue blanco directo: docentes, empleados y estudiantes fueron asesinados o silenciados. Aunque reconoce que hoy el ambiente es más tranquilo, persisten restricciones.

Flores aclara que aún se evitan salidas a ciertas zonas, y que él mismo ha sido víctima de amenazas, incluso sufrió un intento de agresión en 2006. “Cuando existen riesgos en determinadas zonas, se realizan ajustes, buscando lugares similares para no exponer a los estudiantes”, afirmó.

Otra voz en esta crónica es la de Jorge Espitia, licenciado en Ciencias Sociales, miembro del Consejo Superior y representante del presidente de la República ante la Universidad.

Desde su posición institucional, resaltó que la Universidad de Córdoba mantiene convenios con alcaldías y la gobernación para desarrollar proyectos étnicos, científicos y tecnológicos, sin dejar de lado la neutralidad frente al conflicto armado.

Espitia señaló que, antes de cualquier salida de campo, las comunidades son informadas del propósito educativo de las visitas. Los estudiantes son conscientes de los riesgos, pero también del valor académico y humano que implican estos encuentros con realidades diversas.

Luis Romero, estudiante entrevistado, confirmó esa percepción: nunca se ha sentido atemorizado. Sabe que la prioridad es el aprendizaje y que cuenta con el respaldo de la institución. No obstante, reconoció que el miedo no se limita a lo rural: incluso en zonas urbanas, la delincuencia común representa un riesgo distinto, pero persistente.

El caso de la Universidad de Córdoba revela que la amenaza a la academia no siempre es directa ni visible, pero sí constante. Los grupos armados ilegales, la violencia estructural y la criminalidad urbana configuran un entorno donde el saber avanza con cautela, aunque sin detenerse. En este contexto, la educación se convierte en un acto de resistencia, y cada salida de campo, en una apuesta por conocer sin temer, por formar sin callar.

Y es que la historia de la Universidad de Córdoba representa también la de otras universidades del Caribe. La periodista monteriana Gina Morelo publicó en 2022 el libro La voz de los lápices, testimonio de la universidad tomada, un desgarrador relato sobre la ocupación de universidades como la de Córdoba y la del Atlántico. Entre 1997 y 2007, por ejemplo, en la Universidad del Atlántico fueron asesinados cerca de 20 profesores y trabajadores. En la de Córdoba, figuras como Alberto Alzate Patiño y Hugo Iguarán fueron víctimas, mientras que otros tuvieron que exiliarse.

Hoy, aunque la violencia directa ha cedido, persisten razones para que docentes, estudiantes y trabajadores vivan bajo la incertidumbre al desplazarse a zonas en conflicto armado. Aun así, la Universidad de Córdoba demuestra una resiliencia que resiste al olvido y apuesta por el conocimiento.

Reporteros Unisinú (*)
Participaron en este proyecto las estudiantes de IV semestre de Comunicación Social de la Universidad del Sinú – Elías Bechara Zainum: Duby Rentería Negrete, Ytati Monterrosa Martínez, Olga Lucía Prioló Espitia, Rosaima Medrano.
Líder del Semillero: Profesor Ramiro Guzmán Arteaga, Mg. en Educación-

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