Foto/Sergio Ballestas
Mientras sigue a la espera que el Jardín Botánico del Sinú, que propuso hace 14 años, sea una realidad, Álvaro Cogollo Pacheco, “El señor de las plantas”, decidió tener su propio Jardín, donde cultiva desde plantas comunes hasta de las que sirvieron de alimento a los dinosaurios.
Por: Reporteros UNISINU (*)
El Tapón (San Pelayo, Córdoba)
Desde la terminal de transportes de Cereté, a la vereda el Tapón, municipio de San Pelayo, en el departamento de Córdoba, llegamos después de una travesía que más parece un laberinto de trochas y carreteras destapadas, que conducen a varios caseríos, y que por momentos se extienden casi paralelo a lo que fue uno de los brazos del caño Bugre, que era un desprendimiento del río Sinú. Y, en cuyo lecho, a medida que se adentra buscando la ciénaga Grande del Bajo Sinú, crecen árboles y un amasijo de vegetación que por aquí llaman rastrojos o matorrales. En fin, toda una maraña que crece y se extiende sobre el lecho de una madre vieja: huellas por donde pasaban caños y quebradas hoy totalmente sedimentadas, como consecuencia de la erosión del río Sinú, acelerada desde hace 22 años, cuando se construyó y entro en operación la hidroeléctrica de Urra, en el Alto Sinú.
Preguntando por aquí y por allá llegamos al El Tapón y finalmente a Villa Sofía, una casa con diseño campestre en la que ahora vive el biólogo Álvaro Cogollo Pacheco. O al menos, llega a descansar, en compañía de su esposa Nohora Sofía Guzmán Argumedo, desde cuando se pensionó del Jardín Botánico de Medellín, y cuando no está atendiendo su copada agenda, como asesor de proyectos y conferencista.
Allí llega, quien hoy es considerado en el mundo de la biología vegetal como “El señor de las Plantas” o “ El Mutis del Siglo XXI”, tal como lo llamó un día en una audiencia privada el presidente Belisario Betancur. Y después de haber recorrido las principales universidades: desde Norteamérica hasta Argentina, en encuentros científicos de Europa y Asia, compartiendo conferencias en las que, en ocasiones, alterna el lenguaje popular con el científico, a través del vallenato y la ciencia.
En la parte posterior de su vivienda campestre donde ahora tiene un kiosco de palma amarga, está su jardín particular en el que se observan una amplia variedad de plantas nativas y exóticas. Las hay desde canela, pimienta, clavito de olor, y café, hasta plantas consideradas “museos vivientes”, de la Era mesozoica o de los dinosaurios.
Llegamos y nos recibió, familiarmente, a los ocho estudiantes del Semillero Reporteros Unisinú, para confirmar lo que ya sabíamos: que había construido un jardín particular, una especie de ‘degustación’ de esa especie de herbario que empezó a sembrar y que ha ido cultivando con el cuidado de un artesano de filigrana, en casi una hectárea que adquirió después de pensionarse.
El doctor Álvaro, se emociona al recibirnos. Sabe que somos estudiantes de periodismo. Para él la biología es un detonante en su vida, no hay, sino que tocarle el tema y empieza a hablar, en un diálogo casi pedagógico, pero con un lenguaje cotidiano, como en una ocasión -dice “me enseñó el profesor Guillermo Valencia Salgado, ‘El Compae Goyo’, cuando estudiábamos en el INEM de Montería”.
Luego se baja del kiosco y nos lleva al jardín. A lo que él nombra como “mi proyecto personal de vida, desde cuándo empezó a naufragar el proyecto de Jardín Botánico del Sinú”. Un proyecto que aún permanece en el limbo. Allí evoca a su abuela, abuela María Ascensión Berrocal Martínez, una partera de oficio que le enseñaba los secretos de las plantas medicinales. A la que recuerda como “una mujer que vivía de las plantas para cocinar y curar, una partera que no sabía leer ni escribir, pero con un conocimiento de la realidad de la vida impresionante”.
La recuerda como una mujer que en la mañana se iba al monte y regresaba cargada de cuantas plantas cabían en sus brazos. “Ajá abuela y eso para qué es?, para que coman mijos y no se me enfermen”. La recuerda con “su palito de arará, con el que andaba curando a todo el que se golpeaba, al que se caía o lo pateara una vaca”.
Allí, en medio de sus recuerdos, y como un homenaje a su abuela, va señalando, las múltiples plantas nativas de la región, especies que ya se han quedado en el olvido y que casi nadie las conoce, con sus nombres originales.
Así va explicando: “este es una especie de arará, aquí tengo los dos únicos individuos que hay por aquí, los traje del Urabá antioqueño, echan una flor muy bonita”
En medio del sol, que ahora amenaza con quemarlo todo, nos enseña la razón de ser de su jardín: “guardar la tradición cultural a través de plantas nativas, como esta flor del verano”, pero también otras que en su conjunto tienen mucha importancia. “Como este higo del cual sacaban fibras para amarrar los puños de arroz, hoy los amarran con plástico”.
Para él su jardín debe cumplir esencialmente un propósito pedagógico y cultural en el contexto de la biología vegetal, por eso explica que “ésta que ustedes ven es la vija, una planta que originalmente le daba el color al sombrero vueltiao, mediante un proceso en el que los indígenas Zenúes la recogía, la guardaban, luego la mezclaban con barro y allí soltaba un color oscuro, con el que le daban el color a la fibra de caña flecha”.
Agrega que “esa fibra la mezclaban con otra que llamaban caña agria que era blanca y con ellas, obtenían las fibras blancas y negras, con las que tejían el sombrero vueltiao original”. Advierte que hoy día para blanquear la fibra “emplean el peróxido de hidrógeno, que deteriora la fibra, entonces la ideas es guardar esta tradición, la materia prima y original para la fabricación del sombrero vueltiao”.
Y así continua su recorrido por el área cultivada, en donde enseña algunas especies exóticas, pero siempre enfatizando en las plantas nativas. Señala un árbol. Y explica. “Hay un árbol que llaman macondo, no propiamente el que inspiró a García Márquez, sino uno nuevo que como este -señala- fue descubierto en el Cañón del Chicamocha, en Santander, que llaman barrigón, que es una especie endémica-local, es decir, que solo se da en ese lugar.”
Un fósil viviente exclusivo
Y sigue caminando hasta llevarnos a una planta que guarda bajo una pequeña lumbrera de techo de palma, como su más preciado tesoro, Y explica: esta planta que ven aquí son de esos grupos considerados ‘fósiles viviente’, plantas antiquísimas, del grupo de las Zamias, y en particular esta es del grupo de las Dioom, que crece mucho en Centroamérica y no la van a encontrar en ningún vivero, porque son incluso macho y hembras, por lo que se hace difícil la propagación”.
Y sigue mostrando como en un herbario vivo. “Esta otra, que parece un totumo, lo llaman palovela, por el parecido de sus frutos con unas velitas, cuanto están maduros son comestibles, es nativo de la zona de Urabá”.
También señala algunas especies exóticas “como ésta que es originaria de Asia que le llaman la ‘fruta milagrosa’, pero yo prefiero llamarla la ‘fruta mágica’, porque echa una frutica parecida al café, que cuando está madura es capaz de endulzar en la boca hasta un zumo de limón. Es supremamente dulce, gracias a una sustancia que se llama la miraculina, que es un polisacárido, que te enmascara y engaña las pupilas y te cambia el sabor, fue utilizada para darle remedios amargos a los niños”.
El biólogo, hace una pausa, nos mira al tiempo que nos pregunta, como si estuviéramos en el aula de clases:
– ¿alguien conoce esta planta?
– ¿A ver quién me dice?
Se hace un silencio. Reparte la mirada, como buscando a alguien capaz de dar la respuesta. Sigue el silencio. Una de las estudiantes parece haberla visto en alguna parte.
– ¡Claro! Exclama Álvaro, todos los días los noticieros nos hablan de ella: ¡la hoja de coca!
Los estudiantes se asombran. Solo saben que la han visto en televisión. Aclara que es una planta que la han super estigmatizado, pero ¡es una super planta! ¡La hoja es un alimento, además es medicinal!
Hace una pausa y vuelve a pregunta: ¿Esta otra la conocen? Y el mismo se responde:
– Tiene varios nombres, le dicen colita de paloma, manito de dios. Es medicinal y ornamental y crece mucho en los barrancos.
-Y esta otra que parece un bejuquito, le dicen salsa parrilla.
Pero también aclara que hay algunas a las que se les ha dado un significado y atribuido poderes mágico-religiosas, como la sábila, que la amarran con herradura y con citas para traer buena suerte y energía. En fin, les señala que esas plantas hacen parte de nuestra cultura. Y conservarla también es el objetivo del Jardín Botánico.
Luego enseña una que es muy utilizada en México. ¿Cómo la llaman? “Es el famoso nopal”. En México es muy utilizada. Y aquella que está allá es la Tunas y esta otra el gramalote limón y aquella el guásimo.
-Esta planta que ven acá es bleo de chupa. ¿Todo han comido mote de queso en la sabana? Y cuenta la historia donde David Sánchez Julia dice que le echan tomate y bleo de chupa, una especie de cactus.
-Y esta es una pasiflora, le llama maracua. Como entre maracuyá y curuba. Me la regaló un señor en un vivero. La he probado y es deliciosa. Se parece a la maracuyá, pero es distinta. Me la regalaron en un vivero y la traje para ver si pega. Es que aquí también estoy experimentando. Álvaro nos recuerda que “estamos en el Sinú, una de los valles más fértiles del mundo.
Luego señala -Este es un nin, que lo usan para contrarrestar las plagas, especialmente en el ganado vacuno.
Álvaro habla sin parar, como si fuera un herbario andante. Trasmite su energía y emociones a los estudiantes. Por eso le llaman en el mundo científico “El señor de las plantas”, “El Mutis del siglo XXI”
Señala una que -explica- es una verdura natural: le llaman cavabollo. “Se le echa a las sopas?”, pregunta una de las estudiantes- o te la comes como ensalada, responde Álvaro. Es rica en vitamina, rica en antioxidante.
El recorrido se torna emocionante.
– Esta otra que parece una matica de tomate la utilizan mucho en el chocó para el guayabo.
Una de las estudiantes pregunta si se puede llevar un tallito. “Claro, porque la idea es que este jardín sea también una especie de laboratorio de germoplasma, para el que le interese una matica se la pueda llevar.
Luego pasa la mirada y se traslada don están plantas de plátano y yuca, porque para él “lo importante es que esto que está aquí sembrado sea un modelo autosostenible, que tu tengas pan coger, aromáticas como limoncillos, hierbabuena; es decir saber utilizar el terreno y aprovecharlo lo mejor posible en diversos usos. En fin -como dice- demostrar que estando en una zona tan rica hemos perdido la oportunidad de sembrar nuestros propios alimentos.
Y así va llegando al final donde muchas plantas se entrecruzan, pero sin que él deje escapar el nombre coloquial o popular de cada una de ellas: este es el inchi o nuez del Brasil, una especie nativa de la Amazonia, del Orinoco. También señala el vicho de café, que crece silvestre “y mi abuela la recogía en totuma. Lo tostaba y lo ligaba con el café.
– Y esta es la pimienta. Una planta conocida mundialmente. Y esta otra es un anestésico natural que está recién traída. Actúa como un anestésico natural, se lo echaban contra el dolor de muela.
Foto/Reporteros UNISINU
Finalmente llega a las magnoliáceas, plantas que tienen una gran importancia biológica, – ¡por qué?
Y se vuelve responder, como queriendo trasladar a los estudiantes a épocas remotamente prehistóricas:
– Porque estas plantas – y señala- son las Magnoliáceas, plantas que tienen una gran importancia biológica, porque son de las primeras plantas con flores que aparecieron sobre la Tierra.
Y se detiene a explicar con gran interés, mientras los estudiantes escuchan como si se tratara de un cuento de la prehistoria.
– Estas son una de esas plantas que se explica con la Pangea, es decir existieron desde cuando la Tierra era una sola, un solo continentes, que luego se fueron formando y separando. Y estas plantas, la mayoría, quedaron en China. Y en este momento en Colombia también las hay y estamos disputando el primer puesto con México, en diversidad de estas familias.
El doctor Álvaro advierte que “esta es una planta que fue declarada prioridad de conservación a nivel mundial”. Por la entidad encargada de la conservación de Jardines Botánicos a nivel mundial. Un grupo asignado para su conservación y del cual él hace parte. Con apoyo de la BCI.
Enfatiza, al tiempo que la señala. “Esta planta es una joya, la tenemos ahí en el alto Sinú y la gente no sabe eso. En Córdoba crecen, muchas quedaron sepultadas cuando el llenado de la represa hidroeléctrica de Urra.
En fin, lo escuchamos y escuchamos. Toda una catedra ambiental. Ni hablar de los nombres científico, se los sabe todos, como una enciclopedia. Habla de la conservación de nuestra riqueza biológica en el Sinú. Sigue hablando sobre las magnolias.
“Es hora de que se sepa -dice- que en Tierralta [Alto Sinú, al sur de Córdoba] aún existen platas prehistóricas, que en los colegios les expliquen a los niños, que el alcalde se entere. Que el Mundo lo sepa. Que aquí tenemos esta planta. Que los medios de comunicación lo difundan. Pero – le interrumpe una estudiante- “Fíjese que ni siquiera se han preocupado por la creación del Jardín Botánico del Sinú” . Y recuerda que de esa propuesta que hizo ya han transcurrido 14 años. Y “el Jardín sigue ahí sin dolientes”. Advierte el biólogo. Pero esa es otra historia. Dice. “Una que ahora, en el kiosco les contaré”. Y la contó antes de regresarnos a Montería. Sí regresamos cargado de información sobre la necesidad de conservar nuestra biodiversidad natural. Pero con la pesadumbre de que aún no se haya construido un Jardín Botánico, como el que el doctor Álvaro Cogollo sueña.
(*) Semillero Reporteros UNISINU: grupo focal Redacción Periodística (III semestre)
Editores (Estudiantes de III Semestre de Comunicación Social): Juliana Díaz Beltrán y Abraham Castro Feria. Reporteros: Daniela Meza Romero, Ivanna Cárcamo Ballestero. Juan Camilo Lucas Lenes, Manuel Felipe Martínez Zandón, Vaneza Pérez Osorio, María Barboza Tamayo, Efraín Gonzales Ibáñez. Profesor-Tutor: Ramiro Guzmán Arteaga. Fotos/ Reporteros UNISINU.
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